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El esfuerzo es algo que tiende a no valorarse, o a valorarse poco, en el mejor de los casos. Muchas veces cuesta entender que para crear algo, no solamente hacen falta los materiales que lo componen.
Sí, estoy hablando de los libros; pero pondré primero otro ejemplo que seguro resultará mucho más revelador.
Imaginemos a un ingeniero freelance. Queremos que diseñe nuestra casa, y le contratamos. Al cabo de un par de semanas, aparece con un lote de planos y un buen taco de papeles. Proyecto finalizado.
Y, claro, toca pagarle. Veamos cómo podría ser esa conversación.
—Ya está todo hecho, tal como acordamos.
—Perfecto. Entonces, calculando el gasto en papel, tinta y electricidad, le voy a pagar 100€, y ya va sobrado.
—…
¿Se ve claro, no? El proyecto, por supuesto, ha requerido un gasto en papel, en tinta y en electricidad. Sin embargo, es probable que lo más costoso no sea ninguna de esas cosas, sino el propio trabajo de desarrollar el proyecto. El trabajo “intelectual”, por así decirlo. Si extrapolamos a otra profesión, como mecánicos o fontaneros, comprobamos también que la mano de obra es lo que más encarece un proyecto.
Cuando llegamos a los libros, parece que la cosa cambia.
La creación de un libro, como explica Javier Pellicer en su página, es un proceso costoso: correcciones, maquetación, ilustración, impresión… Y otro trabajo que tampoco puede faltar es la imaginación y el tiempo del escritor. No es per se ni más ni menos necesario que el resto —yo no lo creo, al menos—, pero está claro que sin un escritor, de ninguna manera existirá un libro.
Hay mucha gente que pone esfuerzo en la creación y depuración de una obra
Hablando hace unos días con un amigo, le pregunté: «¿Cuánto pagarías tú por tal libro?». Su respuesta llegó tras echar cuentas del número de páginas y calcular cuánto podía haber costado imprimirlo y encuadernarlo.
Lo reconozco, me cabreé. Calcular así el precio de algo es menospreciar al ilustrador, al corrector, al maquetador, al editor y al autor. Como poco, porque si estamos hablando de un libro que se encuentra en una librería, añadiríamos al distribuidor y al librero.
Cuando me descabreé, me puse a darle vueltas al asunto. Yo mismo era de los que pensaban que un libro en digital no podía tener un precio elevado, porque no tiene gastos de creación asociados. Sí, lo admito: eso creía. Pero, impreso o no, hay mucha gente que pone esfuerzo en la creación y depuración de la obra. Si aceptamos que al ir a tomar un café a un bar, no solo costeamos parcialmente la electricidad y el agua, sino el trabajo de quien nos está atendiendo, es sencillo darse cuenta.
Esto no es una queja, ni nada similar; tan solo una reflexión que espero os sea de utilidad a la hora de ponerle precio —y de darle valor— a algo.
Saludos.
El problema que tenemos es la falta de empatía: valoramos en mucho el trabajo que nosotros hacemos, las horas que dedicamos y el conocimiento adquirido para realizar una tarea en concreto (conceptos abstractos que se salen de lo que se puede tocar), pero en cambio no pensamos igual cuando se trata de un producto o servicio realizado por otra persona. «Los libros son caros», decimos, porque (en papel) valen 20€. Pero la verdad no es que los libros sean caros, sino que nuestros sueldos han bajado.
Buen artículo, David. Gracias por mencionarme.
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Totalmente de acuerdo con que el problema es la ausencia de empatía: la falta de valor que le damos al trabajo de los demás (y, por ende, a los demás).
Me alegro de que te haya gustado este pequeño artículo, Javier, y es un placer hacer referencia a tu página, que está repleta de artículos muy interesantes.
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