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279 novelas recibidas. Diez títulos preseleccionados. Un ganador (Francisco Legaz, con Pessoa, el señor de la nada), un accésit (Isaac Belmar, con Perdimos la luz)… y un finalista:

August: Pecado Mortal, de David J. Skinner
Robert August Robertson fue condenado a la silla eléctrica por asesinato en Nebraska, en 1971. ¿Cuál fue su verdadera historia? El propio August nos narrará su vida, comenzando por los turbulentos hechos previos a su nacimiento, y llegando hasta su último instante de vida. ¿Fue realmente culpable del crimen por el que se le condenó? Esa pregunta se la hará en varias ocasiones su confidente en el corredor de la muerte: el guardia que está a punto de conducirle hasta la silla. A lo largo de estas páginas podremos conocer una vida llena de sinsabores y tragedias; un niño sin infancia, un joven que intentará huir de su destino, y un adulto que deberá enfrentarse a sus pecados.

Quedar finalista en un concurso de estas características, y junto a escritores con una gran experiencia literaria, no puede menos que llenarme de orgullo (y satisfacción, que dicen). Sí, lo reconozco: puede ser un pequeño paso para la humanidad pero es, sin duda, un gran paso para mí 🙂

Me pongo, pues, a pensar en el tiempo que llevo metido en la creación literaria de forma más o menos profesional. Cerca de tres años (¿solo tres?) que me han dado para terminar cuatro novelas y decenas, tal vez cientos, de relatos. Halagos y críticas que me han servido para aguantar y mejorar, para ver algunos de mi errores y descubrir cuáles pueden ser mis virtudes. ¿Quién me iba a decir, a mediados de 2011, que presentaría libros y leería relatos en público, que me harían entrevistas en blogs y en radios, o que conocería a docenas de escritores dispuestos a echarme una mano? Pero así ha sido, después de todo.

No; no todo ha sido de color de rosa. Cuando la ingenuidad inicial comienza a disiparse, se vislumbran los claroscuros que esta actividad (como todas, por otra parte) tiene. Os podréis preguntar, ¿merece, entonces, la pena? Mi respuesta probablemente sería algo como ¿merece la pena respirar? ¿O comer? Si respiramos no es por no morir, sino porque no podemos dejar de hacerlo; comemos porque tenemos hambre y, si escribimos, no es más que por la necesidad de hacerlo, más allá del bien y del mal.

A estas alturas de mi disertación, lo más seguro es que no me esté leyendo más que yo mismo. Si habéis sido capaces de aguantar esta charleta, daros las gracias y «amenazaros» con que seguiré por aquí, al pie del cañón, hasta que dicho cañón me estalle en las narices…

DJS